martes, 6 de octubre de 2009

Fidelidad


Queridos amigos, otro relato de Federico R. Bär. ¡Muchas, muchas gracias!

Inmóvil o escurridiza, corta o larga, bo­rrosa o ní­ti­da, a veces más grande, a veces más pe­que­ña que yo, ella imita en si­len­cio y a la perfec­ción todos mis mo­vi­mientos y reposos. Siem­pre está conmigo, aunque la veo únicamente cuando hay luz. Cuanto más luz hay, más se luce ella. Sin embargo, tengo que prote­gerla, por­que ella no puede ver la luz: siempre se ubica detrás o de­lan­te de mí o a mi lado, de tal mane­ra que mi cuerpo esté entre ella y el foco de luz. A todas lu­ces, es mi compañera más fiel. Únicamente en la oscu­ridad me aban­dona - ¿o es que me en­vuel­ve?

Una tarde caminábamos por la costanera para dis­frutar de una puesta del sol. Ella se había quedado un poco atrás, y cuan­do en un mo­mento dado me di vuelta, noté algo raro. Miré bien y advertí que ella se había inclina­do hacia la derecha, no estaba en línea recta con el sol y mi cuerpo. Preocupado, porque la expo­sición a la luz le hace daño, me aga­ché para ayudarla. Pero me fue imposible endere­zarla.

Tiene artrosis. Es un problema de des­gaste, di­ce el médico que consulté. No es grave, pero no pudo prescri­birle medi­ca­men­tos apropiados, y la deri­vó a un espe­cia­lis­ta en la ma­te­ria. Este tampoco logró in­di­car un tra­ta­miento ade­cuado, preci­samen­te porque es un espe­cia­lis­ta en la materia - y ella no es mate­ria.

Atribuyendo el fenómeno a otra posible cau­sa, la lle­vé a un psicólogo, e incluso me he ana­li­zado yo. Pero el defec­to pare­ce ser incu­rable; no le queda otra alter­na­tiva que apren­der a vi­vir con él.

Con el tiempo, la desviación se ha agrava­do, a tal punto que el ángulo formado por su silue­ta y los rayos de luz es ahora de casi treinta gra­dos. Sufre mucho, pobre, pero no se queja. Con­serva su lucidez y sigue acompañán­dome a todas par­tes. Sin embar­go, el esfuerzo la ha hecho adelgazar mucho, y últimamente no es ni la som­bra de lo que era.