Queridos amigos, otro relato de Federico R. Bär. ¡Muchas, muchas gracias!
Inmóvil o escurridiza, corta o larga, borrosa o nítida, a veces más grande, a veces más pequeña que yo, ella imita en silencio y a la perfección todos mis movimientos y reposos. Siempre está conmigo, aunque la veo únicamente cuando hay luz. Cuanto más luz hay, más se luce ella. Sin embargo, tengo que protegerla, porque ella no puede ver la luz: siempre se ubica detrás o delante de mí o a mi lado, de tal manera que mi cuerpo esté entre ella y el foco de luz. A todas luces, es mi compañera más fiel. Únicamente en la oscuridad me abandona - ¿o es que me envuelve?
Una tarde caminábamos por la costanera para disfrutar de una puesta del sol. Ella se había quedado un poco atrás, y cuando en un momento dado me di vuelta, noté algo raro. Miré bien y advertí que ella se había inclinado hacia la derecha, no estaba en línea recta con el sol y mi cuerpo. Preocupado, porque la exposición a la luz le hace daño, me agaché para ayudarla. Pero me fue imposible enderezarla.
Tiene artrosis. Es un problema de desgaste, dice el médico que consulté. No es grave, pero no pudo prescribirle medicamentos apropiados, y la derivó a un especialista en la materia. Este tampoco logró indicar un tratamiento adecuado, precisamente porque es un especialista en la materia - y ella no es materia.
Atribuyendo el fenómeno a otra posible causa, la llevé a un psicólogo, e incluso me he analizado yo. Pero el defecto parece ser incurable; no le queda otra alternativa que aprender a vivir con él.
Con el tiempo, la desviación se ha agravado, a tal punto que el ángulo formado por su silueta y los rayos de luz es ahora de casi treinta grados. Sufre mucho, pobre, pero no se queja. Conserva su lucidez y sigue acompañándome a todas partes. Sin embargo, el esfuerzo la ha hecho adelgazar mucho, y últimamente no es ni la sombra de lo que era.