miércoles, 31 de diciembre de 2014

Jueves


Muchas gracias a Federico Bär por enviarnos otra exquisita colaboración:


HAGA BUENA LETRA CON
 NUESTRO LÁPIZ MÁGICO
   EN COLORES, CON MÚSICA,
     RELOJ DESPERTADOR Y HORÓSCOPO.
       VISITE NUESTRA DEMOSTRACIÓN,
          ESTE JUEVES A LAS 18 HORAS.

Así rezaba la invitación que recibí hace unos días de Yn Ho Senn Cía Ltda, la antigua firma importadora de una muy amplia gama de productos manufacturados. Los dueños son coreanos; los conocí hace algún tiempo en una reunión donde habían anticipado otra novedad. Suelo tirar esta clase de propaganda al cesto de papeles sin leerla, pero este folleto me atraía, no sé si fue por el texto o porque me interesaba el producto. ¿O habrá sido por la foto de la radiante Miss Corea que lo anunciaba?
     
La cuestión es que decidí ir a verla (la presentación). Pero sólo por curiosidad, no para comprar ese lápiz. Parecía un artefacto original, pero por mágico que fuera, habría que ver si servía para algo. No me gusta ser un conejillo de Indias.

El show comenzó puntualmente. Primer punto a favor. A la elegante figura que subió al escenario, era la muchacha del folleto, la reconocí en seguida. No es común que algo que se anuncia coincida con lo que nosotros llamamos la realidad. Segundo punto a favor. 

La acompañaba un representante de la firma, que hablaba muy bien, pero ¿para qué, quién prestaba atención a explicaciones de lo que estaba mostrando la modelo? ¡Qué ojos, qué manos, qué mentón, qué sonrisa, qué gracia para moverse!

Todavía impresionado por la belleza y la simpatía de la muchacha oriental, me paré en la vereda de enfrente, con la esperanza de verla afuera. Hacía calor, había mucha humedad y baja presión atmosférica, esa combinación climática tan característica de esta ciudad a fines de año. Era la época durante la cual la mitad de la población persigue a la otra, porque quiere poner sus cosas en orden, en una euforia contagiosa. las calles y veredas se iban cubriendo de hojas de agendas, planillas y largas tiras de máquinas calculadoras, arrojadas desde las ventanas de oficinas. En la peatonal y en vidrieras quedaban aún armados árboles de Navidad, alegremente adornados, y con sus copos de nieve que, al igual que los trajes de los Santa Claus, parecen tan absurdos en ambientes subtropicales.
     
El campanario del edificio del Concejo Deliberante cantó las siete. A Miss Corea no la vi salir. Abrí el estuche y contemplé mi adquisición: un lápiz rojo con rayos verdes y un visor digital, una cajita musical y pequeñas tarjetas con frases al lado de los signos del Zodíaco. Contento, comprobé que no me habían engañado. En el reloj vi el tercer punto a favor de Yn Ho Senn Cía, porque, efectivamente, señalaba las 19 horas del día jueves 28 de diciembre.


* * *

domingo, 30 de marzo de 2014

El pebete de Andrés


Agradezco una vez más a Federico R. Bär, quien nos envió otro de sus excelentes y entretenidos relatos para publicar aquí.


EL PEBETE DE ANDRÉS

              Entran, y se quedan sentados con el arran​que del tren. Enfrente, un señor; a mi lado, su hijito, que llo​ri​quea el conocido canti​to:
              ‑ Quiero en la ventanilla ...
              El chico deja de comer su sándwich de jamón cocido y me mira de reojo. Yo no daría un  centavo por lo que es​tará pensando de mí en este  momento, por​que soy yo el que le bloquea el ac​ceso al si​tio deseado. Le  está  bro​tando una lá​grima (¿o ya estaba lloran​do al entrar, por otro moti​vo? ‑ no sé). Simulo no oírlo y sigo leyen​do, pero me quedo pensando. Yo tam​bién prefiero viajar del lado de la ventanilla,  aunque por otras razones, quizás no tan impor​tantes como las de él. ¿Por qué privarlo de ese gusto?
              Se lo ofrezco con una broma:
              ‑ Si me das el jamón, te dejo mi lugar.
              Andrés me mira descon​fiado, menea la cabe​za, y baja la mano con el sándwich, por las dudas. Le digo al pa​dre:
              ‑ Cambiemos de lugar, ¿quiere? A mí me da lo mis​mo.
              Pero el hombre no lo acepta; opina que el chico tiene que aprender que no siempre va a encontrar  un  asiento junto a una ventanilla. Me parece que tiene ra​zón, y vuelvo a mi lec​tu​ra, con​tento de haber quedado bien.
              Andrés no sale de su asom​bro. ¿Qué es esto? Aquí hay un caballero que me ofrece el asien​to, y mi papá le dice que no. ¡Qué tonto que es mi papá!
              ‑ Quiero estar ahí ‑señala el pequeño es​pa​cio entre mi pierna derecha y el costado del va​gón. El padre no quiere que insista, y el chico refunfuña:
               ‑ Mamá siempre me deja.
              Pero papá no es mamá, se muestra firme y tra​ta de dis​traer​lo.
              ‑ ¿Por qué no te sacas la campera?
              ‑ No quiero.             
              ‑ Sentate derecho.
              ‑ No quiero.             
              ‑ Dormite, Andrés.
              ‑ No tengo sueño. Papá, decile vos.
              La rebeldía va en disminución. El padre ha evitado una ra​bieta que seguramente nos ha​bría traído  llanto por un buen rato. Andrés se que​da calladito, pero no tarda mucho en atacar de nuevo:
              ‑ ¿Papá, cuándo se va a bajar el señor?
              Finjo buscar algo en un bolsillo, para que no me vea son​reír. La pregunta es astuta y merece  un  premio. Pero nuevamente, no quiero desautori​zar al padre, quien  sopla
              ‑ Ufffff ... dentro de muuuuchas estacio​nes.
              Claro que Andrés quiere saber dentro de cuán​tas, y  cuando se convence de que, efecti​va​mente,  son un  mon​tón, vuelve a morder su casi olvidada merienda. El jamón so​bresale del otro lado. Mas​ticando, ametralla pregun​tas:
              ­ ¿Por qué se mueve tanto el tren ... qué son vías ... cómo hace para cruzar un puente ... no se rompe  el  puen​te? ‑ con la  curiosidad típica de sus tres años (si es que los tie​ne), que pone a prueba a todos los padres del mun​do. El de Andrés, con su tierna paciencia, ha ren​dido el examen summa cum laude, con las mejores no​tas.
              Al rato, el niño se queda dormido. Cuando me doy cuenta de una manito que se suelta, veo ja​món y mayone​sa en mi pantalón. Llegan a su destino; el padre se despide. Andrés no, pero  ya en el pasillo,  da media  vuelta  y me tiende un pastoso resto del pebe​te, firmemente apretado en su puñito.


                                                                        * * *